No encuentro la mínima justificación en los despidos de esos trabajadores que vivían al día y tenían puesta la camiseta de diversas instituciones del gobierno del estado, colocando cada noche su empleo bajo la almohada al concluir la rutina laboral, con la grata satisfacción de atender las necesidades de lo cotidiano en lo familiar.
Y no logro comprender la implacable lógica de autómatas de la Oficialía Mayor, a cargo de la decepcionante chetumaleña Rosario Ortiz Yeladaqui, donde se elaboraron las listas de mujeres y hombres lanzados a las garras del desempleo.
Al condenar a un triste destino a los verdaderos trabajadores –claro que hay aviadores de sobra y se tiene que depurar la nómina– se deben ponderar muchos factores, entre ellos su grado de utilidad y la afectación causada, ya que hay niveles de vulnerabilidad en función de la edad y relaciones con potenciales patrones y contactos en otras esferas gubernamentales.
Pero en varias dependencias lanzaron a la calle a los empleados que tenían contrato, y que eran los más frágiles en la pirámide. Al apartarlos el patrón recibe si acaso una mirada en busca de misericordia.
Muchos empleados que tenían su contrato bajo el brazo y ganaban un promedio de cuatro mil pesos mensuales –sin recibir la menor prestación– fueron desechados como bolsas vacías de papas fritas. Son rostros anónimos para burócratas que habitan en la cúspide, como Rosario Ortiz Yeladaqui.
Como si Rosario pisoteara cientos de cucarachas, con insultante desdén avaló el despido de estos chetumaleños que quizá votaron por ella en tres ocasiones, ya que esta señora ha sido presidenta municipal de Othón P. Blanco, diputada local y federal; esta posición la abandonó por esa dominante nostalgia al casino en la Zona Libre de Belice, por lo que batalló por ser incorporada como Oficial Mayor en el equipo del gobernador Roberto Borge.
Con insecticida en mano dijo estar dispuesta a pagar el “costo político”, pidiendo a los despedidos que no la hagan de tos, dando muestras de mano dura como si se tratara de una decisión suprema tomada por el bien del pueblo.
Rosario Ortiz no ignora que tal “costo político” no existe, ya que el nivel convenenciero de nuestro pueblo le permitiría ser candidata triunfal a la alcaldía capitalina o incluso de nuevo a la diputación local o federal.
Para los burócratas de alcurnia la lógica de los despidos se agota en la separación de seres anónimos, esos que precisamente votaron por el PRI en los pasados comicios del siete de julio, participando activamente en el programa 1 por 100. Pero al parecer el programa 1 por 100 representó que te den un peso cuando mereces 100 por concepto de liquidación.
He señalado que no encuentro la lógica por más que lo intento, ya que se manda al matadero a un trabajador que estaba conforme ganando 4 mil pesos al mes, los mismos que un Secretario del gabinete gasta en una comida promedio en Cancún o Playa del Carmen, sin incluir propina.
Porque me sacrifican a una trabajadora o trabajador abnegado que cada mes hace tremendos esfuerzos para llevar a su familia al cine, haciendo maroma y teatro para que quede algo en una de las quincenas. Eso si no brota una enfermedad que lo obligue a visitar una de las farmacias similares, donde la consulta vale 20 pesos.
No pretendo plantear un drama lacrimógeno como el de “Pepe el Toro es inocente”, ya que estoy exponiendo episodios de lo cotidiano. Por ello me indigna el contraste de burócratas inútiles como el titular del Instituto de Transparencia y Acceso a la Información Pública (Itaipqroo), Orlando Espinosa Rodríguez, quien gana oficialmente poco más de 59 mil pesos al mes.
Pero mientras Orlando Espinosa no hace prácticamente nada en todo el día, el empleado que gana 4 mil al mes tiene en cambio tareas intensas, desquitando el sueldo microscópico de principio a fin de la jornada.
Duele mucho pagar 4 mil pesos al trabajador que tiene contrato, pero nada pasa cuando se obsequian 59 mil pesos mensuales a amos de la pereza, como el ridículo guardián de una transparencia que absorbe muchos millones sin el mínimo provecho a nivel social.
Y en cuanto al comportamiento de los políticos chetumaleños ante la tragedia laboral, su imperdonable insensibilidad reafirma mi convicción de que nunca más deben aspirar siquiera a la gubernatura.
Porque siempre es bueno conocerlos en estas condiciones.