Chetumal, 6 de mayo
Javier Chávez Ataxca
El exgobernador Miguel Borge Martín habla de su Universidad de Quintana Roo, inaugurando el ciclo de conferencias para reflexionar y festejar los 125 años de la fundación de Chetumal.
Su ponencia la ofreció el pasado jueves y es completísima y me la compartió. De ella seleccioné el capítulo de nuestra qué herida Universidad que fundó a principios de la década de los 90:
Hace casi 32 años, el 24 de mayo de 1991, se incorporaba a la estructura del estado con sede en Chetumal, como una institución de gran trascendencia en la vida de la entidad.
Fue un logro de gran valor por la trascendencia que tiene la educación superior en la vida de la sociedad. Lograr hacer realidad la Universidad, fue cristalizar un viejo anhelo de casi un siglo, desde cuando siendo adolescente escuchaba decir a mis mayores que en Quintana Roo se necesitaban dos cosas: el autogobierno (la soberanía) y una universidad.
Dos cosas fueron claves para alcanzar el éxito con el proyecto de la Universidad: la discreción con que se manejó (sin hacer mucho ruido, para evitar frustraciones en caso de que fallara) y la estrategia con la que se fueron dando, uno a uno, los diferentes pasos para su realización.
Comenzamos construyendo planteles del Colegio de Bachilleres en diferentes puntos del Estado, lo que ya de por si era importante, pero también para garantizarle a la Universidad la demanda de estudios del nivel superior.
Cubierto el objetivo anterior, me preparé para una plática con el Presidente de la República (Carlos Salinas de Gortari), en la que le expuse las características generales y las particularidades del proyecto, tanto en los aspectos académicos como organizacionales: Una Universidad de Quinta Generación, con Rutas Académicas para que los jóvenes aprendieran lo que querían saber, y con énfasis en la enseñanza- aprendizaje. Al Presidente le gustó el proyecto y a partir de ese día, cada vez que nos encontrábamos, lo primero que hacía era preguntarme cómo iba el proyecto de la Universidad y yo le comentaba cuáles eran los avances.
Ya con la anuencia presidencial pudimos movernos con mayor facilidad, cuidando siempre no hacer demasiado ruido sobre los avances que íbamos teniendo.
Adicionalmente a los trabajos que se comenzaban a hacer sobre los temas académicos y organizacionales para la nueva universidad, había que localizar los terrenos para desarrollar el plan maestro de sus instalaciones y para garantizar la suficiencia financiera de la Universidad.
Recorrí por un lado los terrenos cercanos a la desembocadura del Río Hondo, donde podíamos contar con muchas hectáreas, pero
a costos muy elevados de construcción por ser terrenos fangosos, y, por otro, los terrenos que habían sido un basurero y un vertedero de aguas negras, donde finalmente se decidió construir el campus, que es el sitio donde actualmente se encuentra.
El eje del campus es esa calzada amplia con una jardinera central elevada a media altura, que va del acceso principal del campus al edificio de la biblioteca, que estaba pensado para ser el edificio más relevante. De este edificio sólo se construyó la tercera parte y sus instalaciones estaban previstas para tener contacto por internet, desde hace más de 30 años, con las bibliotecas más importantes del mundo.
La cuestión financiera, para cubrir las necesidades de gasto e inversión que se le fueran presentando a la Universidad, la resolvimos con el impuesto del 2 por ciento sobre nóminas, que ya había sido aprobado por el Congreso años atrás, pero que nunca se había aplicado. Debo decirles que no fue fácil. Tuvimos que platicar con las organizaciones empresariales del estado, para hacerles ver la necesidad presupuestal de más recursos.
Concluida la etapa de convencimiento, comenzamos a recaudar este impuesto sin mayores complicaciones. Así aseguramos suficientes recursos que le permitieran a la Universidad contratar maestros de buen nivel y bien remunerados, pero también establecer un Sistema de Becas de varios tipos (colegiatura en diferentes porcentajes hasta el 100 por ciento, transporte, manutención, libros, ayudantías, etc), de manera tal que las limitaciones económicas de las familias no fuesen un impedimento para que los jóvenes quintanarroenses vieran frenadas sus aspiraciones de superación profesional.
Asimismo, quedaba garantizado que la Universidad contaría con suficiencia financiera para no descuidar, por falta o escasez de recursos, su objetivo de alta calidad.
Como una ilustración de lo que fue la dotación original de recursos, hoy la universidad maneja un presupuesto 50 por ciento estatal y 50 por ciento federal, del orden de los 450 a 500 millones de pesos al año, cuando debería tener poco más de 2 mil millones de pesos, que harían que la Universidad y la educación fuesen las referencias obligadas al hablar de Quintana Roo.
La Universidad, que es el proyecto más importante del estado, debe recuperar sus recursos originales para imprimirle a Quintana Roo un nuevo perfil y una nueva dinámica económica, social, tecnológica y cultural.
El diseño académico de la Universidad fue una tarea en la que contamos con mucha colaboración. Teníamos muy clara la visión de lo que debería ser la Universidad, pero requeríamos, obviamente, del consejo y la experiencia de expertos en educación superior, para determinar los detalles del modelo de universidad que queríamos establecer.
Queríamos una universidad dominada por el ambiente académico y no por la burocracia administrativa o las jerarquías entre colegas, que frecuentemente desvían la atención de lo que es la parte substancial de un verdadero ambiente universitario; queríamos una universidad con una estructura horizontal y no una estructura vertical.
Y recuerdo que, en una de las reuniones finales del Grupo Asesor, se discutió ampliamente el tema y se decidió que la estructura de la Universidad sería departamental y no divisional. Al ser así se privilegiaba la profundización en campos específicos del conocimiento, al tiempo que se creaba la figura de los Colegios Interdepartamentales, para configurar grupos multidisciplinarios de investigación, cuya vigencia no era fija, sino estaba dada por el tiempo requerido para desarrollar el proyecto de investigación que les daba origen.
Desconozco las razones, pero esta visión de la Universidad no tuvo oportunidad de demostrar sus bondades porque se modificó muy poco tiempo después. Por cierto, hace algunas semanas me enteré de que dos “carreras” no podrían sostenerse porque para una de ellas había sólo un alumno, y para la otra, dos alumnos o algo así.
Con la organización departamental y una estructura horizontal esto no podría pasar en una universidad que está por cumplir 32 años. Tal situación corresponde a la rigidez de la estructura vertical y refleja una crisis de esta estructura. La universidad debiera tener la capacidad suficiente para ser recipiendaria de todas las expresiones y vocaciones que puedan contribuir a incrementar el conocimiento.
Con base en su estructura departamental, el diseño curricular de la Universidad se estableció retrospectivamente; es decir, se planteó la cobertura académica que se quería para la Universidad en 50 años, en términos de la misión que se le había fijado, y a partir de esa meta, se determinaron los departamentos que debería tener 5 años antes, 10 años antes, 15 años antes, y así hasta llegar a los departamentos con los que iniciaba sus actividades en 1991.
Los 50 años de este ejercicio pudieran parecer muchos, pero no son tantos si se considera que una universidad apenas alcanza su consolidación en unos 35 o 40 años. La idea era avanzar en la dirección de esa ruta retrospectiva, creando paso a paso los departamentos que llevarían a la Universidad a un sitial de verdadera excelencia en la oferta de educación superior a niveles nacional e internacional.
La ruta retrospectiva consideraba importante, como uno de los siguientes pasos, la creación del Departamento de Filosofía. Este era un paso sumamente importante en la configuración del perfil universitario, porque la esencia de las universidades se forma con las áreas dedicadas a las ciencias duras y a la filosofía. La reflexión sobre si misma y sobre su entorno es fundamental en la vida de una universidad. No me refiero a la impartición de algún curso de filosofía, sino a la existencia de un núcleo dentro de la Universidad, cuyo quehacer cubre la enseñanza, pero va más allá, profundizando en la propia razón de ser de la Universidad.
En el modelo adoptado, se estableció un tronco común para que, como yo decía, un estudiante de la Universidad de Quintana Roo se pareciera a otro estudiante de la Universidad de Quintana Roo.
Después seguía el cuadro de materias propias del perfil profesional que el mismo estudiante había escogido, auxiliado por su Consejero Académico, para que, por ejemplo, un ingeniero de la Universidad de Quintana Roo se pareciera a otro ingeniero egresado de cualquier centro de educación superior del país, y por último, en la etapa final de la licenciatura, la opción de especializar la terminación de los estudios y encontrar mejores posibilidades de acomodo en el fluctuante mercado del trabajo.
Exceptuando la etapa del tronco común, en el modelo establecido para la Universidad, el estudiante no estaba considerado como un sujeto pasivo en la definición de su perfil curricular sino, por el contrario, auxiliado por su Consejero Académico y por la planta docente de la Universidad, participaría en la definición de su plan de estudios, acorde a sus inquietudes e intereses personales. Por esta razón hablábamos de Rutas Académicas, que después tuvieron que traducirse para establecer sus equivalencias con el sistema de carreras.
Contemplábamos a la Universidad de Quintana Roo como una institución en la que el número de alumnos por maestro se mantuviera bajo, preferentemente de una cifra. Este objetivo guardaba estrecha relación con la búsqueda permanente de la calidad que la Universidad se había fijado, lo que a su vez armonizaba perfectamente con el concepto de la enseñanza- aprendizaje, en condiciones de alta efectividad.
Se trataba de que la comunidad universitaria en su conjunto, maestros y alumnos, apoyada por las facilidades de la Universidad, interactuara fuertemente en beneficio de la formación de los alumnos y de la experiencia docente de los maestros de la Universidad. La enseñanza-aprendizaje estaba considerada a futuro como uno de los rasgos distintivos de la Universidad de Quintana Roo.
La Universidad de Quintana Roo, a sus 32 años, debiera revisar a fondo y con acento crítico sus avances y sus retrocesos, para transitar por los caminos que se le fijaron desde su creación. Pasó bastante tiempo para que la tuviéramos y es un deber colectivo cuidarla, porque es el proyecto más valioso que tenemos para transitar hacia un mejor futuro.