Marciano Toledo Sánchez, un personaje en toda la extensión de la palabra, ha partido hacia otros rumbos, en donde, de existir el activismo político, seguramente seguirá dando la batalla tal y como lo hizo en esta vida.
Fue un político que rompió las normas. Que se salió del molde. Era el que sacaba a medio mundo de la modorra con sus ocurrencias, como la vez cuando se subió a un ring a relucir sus ganchos, rectos y jabs, practicados en su juventud, según contaba.
Era un buen tipo. Era de los que sabía para qué servía el dinero. De los que no gastaba su pólvora en infiernitos. De los que iban al grano, directo y sin rodeos. De los que hicieron religión del “a lo que te truje Chencha”.
El Chano, dentro de toda esa lambisconería que caracteriza a los regidores(su solvencia económica le permitía el lujo de disentir), sobre todo a los que portan la misma camiseta, era el que armaba el relajo diciéndole al pan, pan, y al vino, vino en una de las administraciones pasadas cuando formó parte del cabildo.
Fue el que daba la nota. Era la delicatessen, el aderezo principal para la crónica, para la nota de color que suele ser la cereza del pastel en cualquier medio de comunicación que se precie de serlo.
Desafortunadamente culminó su ciclo en el planeta tierra.
Buen viaje, Chano, se te extrañará por estos rumbos.