Por Javier Venegas
Acusamos —porque no hay otra palabra— que el actual régimen encabezado por la presidentA Claudia Sheinbaum reproduce sin rubor el formato político de su antecesor y mentor, Andrés Manuel López Obrador. Sin embargo, sería una simplificación cómoda asumir que ambos gobiernos son idénticos. Lo cierto es que hay diferencias, y no menores.
López Obrador, pese a sus múltiples disfraces ideológicos, proviene de una matriz muy clara: la izquierda del PRI. Esa que se alimentaba de retórica revolucionaria mientras mantenía intactas las formas del poder autoritario. Su supuesta conversión a una izquierda histórica fue, más que un despertar ideológico, una estrategia de supervivencia política. El pragmatismo —esa ideología camaleónica— fue el verdadero combustible de su carrera.

Gracias a esa misma lógica pragmática, una buena parte de sus más fieles aliados —hoy reciclados en el gobierno de Sheinbaum— encontraron refugio en Morena. Políticos como Adán Augusto López, Ricardo Monreal o incluso la incombustible Layda Sansores, no habrían alcanzado el poder desde un PRI que ya no los quería, pero sí lo lograron colándose por la rendija de un nuevo movimiento con rostro de cambio y alma de partido viejo.
En contraste, Claudia Sheinbaum sí viene de la izquierda: la de verdad. Esa que se discute en las aulas universitarias, que se respira en las casas con bibliotecas llenas de Marx y Sartre, y que se milita en organizaciones sociales, no en pasillos gubernamentales. Además, ha integrado a su equipo a jóvenes con formación técnica, científica y convicciones más modernas. Aun así, esa no es la Claudia que gobierna hoy, o al menos no todavía.

La presidenta se ve obligada a gobernar con piezas impuestas, con operadores del viejo obradorismo, y con la pesada sombra del caudillo que aún dicta línea desde alguna hamaca en Palenque o en cualquier otro rincón místico del sur. Para avanzar, Sheinbaum debe moverse con sigilo, sin patear el altar de la devoción popular que todavía idolatra a su antecesor. No puede darse el lujo de un rompimiento abierto… por ahora.
Curiosamente, la presión para que tome control viene del norte. Estados Unidos ha comenzado a tensar las cuerdas: investigaciones financieras, señalamientos diplomáticos, y “golpes espectaculares” al crimen que, casualmente, salpican a personajes cercanos al lopezobradorismo. Como si Washington dijera: “Es tu turno, pero hazlo ya”.

Mientras tanto, Claudia ha hecho un esfuerzo visible —y hasta cierto punto exitoso— por reconectar con esa clase media que AMLO despreció. No insulta, no divide, no se enfrasca en conferencias eternas. Tiene dificultades evidentes para hablar “en pueblo”, se le nota el esfuerzo por sonar campechana, pero al menos lo intenta. Tampoco ha abrazado las “ocurrencias” científicamente injustificables de su antecesor. Hay cosas que una mente rigurosa simplemente no puede aceptar sin sonrojarse.
Si Claudia continúa por este camino, con prudencia y paciencia, tal vez logre cerrar el círculo alrededor del líder moral de la 4T, sin tocarlo, pero sí aislándolo. Eso sí, no debe ser fácil que cada decisión pase por la aduana de un teléfono sureño, ni gobernar sabiendo que cada paso será evaluado por quien no acepta jubilación política.
La presidenta mantiene altos niveles de aprobación. Si logra consolidar su autonomía, formar su propio equipo y definir su estilo —uno distinto, moderno, quizás más progresista que izquierdista— podríamos presenciar una transformación verdadera, no solo de régimen, sino de liderazgo.
Veremos si el futuro es suyo o si sigue siendo prestado.






