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De mega obra de arte a panadería

En su tiempo se presumió como si fuera algo parecido al Faro de Alejandría o a la Estatua de la Libertad.

¡Qué bárbaro!.

Casi nada.

Su creación se anunció con bombos y platillos. Horas-lengua se consumieron en abundancia para vendernos la idea de que poco faltaba -un chirris apenas- para que la dichosa megaescultura se convirtiera en la octava maravilla del universo.

Al artista encargado de la obra se le tendieron alfombras rojas desde el aeropuerto hasta palacio de gobierno cada vez que vino y se auguró que con esa nueva creación se integraría de golpe y porrazo al Olimpo de las leyendas vivas.

La cúpula gubernamental, henchida de orgullo por tan magna obra, juraba y perjuraba que Chetumal se convertiría en la capital del mundo.

Ante tal boom publicitario, muchos se la creyeron. Los vendedores de marquesitas, por ejemplo, se frotaban las manos y hacían planes de expansión ante la hipotética llegada de los billetes por montones.

Pero nada de todo lo lo prometido fue cierto. Nos dieron gato por liebre. Fue vil alharaca. La pura y estruendosa bulla que antecede a los caprichos oficiales.

El armatoste que mira a la inmensidad del horizonte nunca pudo despegar como es debido.

Año con año, sexenio tras sexenio, la metedera de dinero era descomunal y los administradores del presupuesto público al ver que hasta el 15 por ciento de sus religiosas “comisiones” se les iría irremediablemente de las manos (se las llevaría el diablo, dicho coloquialmente) optaron por dejarla pataleando su agonía.

Pero hete aquí que no todo estaba perdido. A los actuales estrategas gubernamentales se les prendió el foco y, ¿qué creen?, ¡la convirtieron en panadería.

A partir de ahora, si usted es fan de los panes y los postres, podrá ir y agasajar al estómago a sus anchas.

De paso colabora con el DIF estatal,  pues depende exclusivamente de ellos.

¡Aleluya!, ya era hora que la llamada megachatarra sirviera para algo.

(Crédito de fotografía a quien corresponda)

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