Hace ya algunos ayeres, el gobierno de ese entonces, hizo una amplia difusión de que llegaba a la entidad la casaca del comandante Othón P. Blanco, fundador de esta parte de tierra que hoy nos cobija.
En ese tiempo había más respeto por la historia (hoy todo es histeria), y se armó un alboroto harto interesante. Los especialistas en el tema opinaron y la mayoría coincidió que eso era una chingonería digna de ser aplaudida.
Un servidor, sin ser experto en el tema en ese entonces -ahora menos, estoy tantito peor-, se unió a la algarabía y celebró dicha acción, lo que por supuesto le valió un cacahuate a todos, y estuvo bien, pues quién ¿diablos era?; más bien, ¿quién diablos soy? (disculpen el asqueroso protagonismo).
El chiste es que hice un texticulillo al respecto (gracias al sancaralampiño que me recordó ese suceso).
Ayer, casualmente, se hizo público que la indumentaria de tan insigne personaje es objeto de una minuciosa restauración por parte de expertos muy calificados. Cosa que aplaudo, faltaba más.
El chiste es que en aquella ocasión los avances técnicos de restauración no eran como los de ahora y hubo algún detalle que al menos a este texticulero le cayó en gracia (perdón si incomodo en algo a los devotos del ilustre patriota por lo que voy a texticulearles).
Resulta que recién sacados del sarcófago, las prendas tenían cierta cantidad de moho por el tiempo que llevaban enterradas.
Y entonces a alguna autoridad se le ocurrió ponerlas a secar al sol y las colocaron en el techo del entonces edificio del Instituto Quintanarroense de la Cultura.
Ahí estuvieron un buen rato hasta que un gato vagabundo llegó y dijo de aquí soy, me daré un añejado y espléndido banquete.
Se relamió los labios y procedió al entremés (una lengueteada previa antes del festín).
Afortunadamente esta criminal acción fue descubierta a tiempo y salvó a esa reliquia que es parte importante de la historia de Chetumal, orgullosamente la capital del estado de Quintana Roo.
Hoy, ese atuendo histórico es un lujo para los oriundos de este pedazo de universo, aunque a muchos, ni modo, la historia les importe un pito.
(Créditos por foto a Francisco Javier Hernández)