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Ni cielo ni entierro digno, ¡qué desgracia!

Al momento de la creación de este mundo hubieron varios yerros.

Al supremo creador le fallaron algunos pincelazos. Hubieron tonos más oscuros por acá, hubieron tonos más blancos por allá. En fin. Faltaron algunos grises que congeniaran más con el entorno.

!Ay, ni mamá natura puede presumir de ser perfecta!

Algunas cosas, piensa el monero y texticulero, habrían que implementarse con cierta urgencia para que esta vida sea menos protocolaria y predecible. Nacer, crecer y morir, se ha vuelto demasiado rutinario.

Qué lindo sería, por ejemplo, que un día cualquier cristiano, como premio o a manera de castigo, pudiera convertirse en perro por un día para constatar que es lo que se siente estar en su pellejo.

El chiste -intento pensar como un perro- sería tener un dueño que tenga el raciocinio suficiente para darme el lugar que me merezco.

No querría ni exceso ni falta de cariño. Todo con medida. Sería un can sin tantas pretensiones.

Una regañiza, ya no se diga una patada, me rompería el alma y uno que otro hueso. Cosa que al día siguiente -dicen que el perro es el mejor amigo del hombre- ni me acordaría, ya que saldría al paso de mi dueño moviendo la cola muy alegremente como si nada hubiese sucedido.

Pero, ¡hey!, momento, hago un alto en mi conversión a cánido y les cuento.

Amé a ese tipo de seres desde una ocasión en que, con mis mil demonios haciendo ebullición en mi cuerpo, se acercó “Turbo” y le arrimé un buen zape para que dejará de lamerme los dedos que se asomaban a través mis chancletas. El animal salió corriendo aullidos de por medio.

Como no soy tan hijo de la tiznada como aparento, el remordimiento me ordenó que fuera tras él y remediara el bochornoso y recriminable asunto.

No puse objeción alguna. Fui y lo encontré acurrucado en una esquina. Le miré a los ojos pensando que encontraría alguna chispa de ira y lo único que encontré fue una mira triste y una pregunta que rápidamente mi imaginación transformó en un: «Por qué me agrediste, si lo mío solo era darte afecto?”.

Desde entonces tengo mucho respeto por estos seres que se entregan en cuerpo y alma a sus dueños.

Ayer, lamentable noticia en Chetumal, salió a relucir un hijo de la tiznada con varios secuaces, responsables de un crematorio para animales que durante mucho tiempo se llevaron al baile a sus clientes.

En vez de cremar a las mascotas, iban a tirarlas a montes aledaños y daban a cambio una urna con un polvillo que era todo menos los restos de los animales.

Y este aspirante a perro, enterado al respecto, solo pudo soltar un: ¡Que poca m…anera de respetar a los difuntos!.

¿Habría chance de meter a los mal nacidos y chapuceros dueños de dicho crematorio en la perrera municipal durante varias semanas comiendo croquetas rancias y de dudosa procedencia?.

No, imposible. Que los derechos humanos, que la dignidad esos personajes, en fin. Saldrían a relucir muchos pretextos.

El lío es que chance y ni pisen la cárcel ante la tanta flexibilidad de nuestras leyes en casos como estos.

De allí mi firme pensamiento de que este mundo desde su concepción vino fallado. Hay tantas cosas que deberíamos hacer y no podemos ya que el condenado protocolo nos lo impide. ¡Ah, que coraje!

¡Qué coraje, caray!.

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