Por Javier Venegas
Claudia Sheinbaum se apresuró a declarar que el presidente municipal de Uruapan, Carlos Manzo, asesinado la víspera en pleno festejo del Día de Muertos, contaba con protección federal.
Una afirmación desafortunada y precipitada, porque en primer término su gobierno falló en toda la extensión de la palabra; y en segundo, deja abierta la puerta a la sospecha de que esa “protección” pudo haberse “relajado” premeditadamente.
Hablamos del artero asesinato de quien, de manera reiterada y sistemática, exigía a la propia presidenta y a su secretario de Seguridad Ciudadana, Omar García Harfuch, apoyo irrestricto para reforzar la seguridad de los habitantes de su municipio.
Nunca fue escuchado. Y ahí radica el quid del asunto: no pedía seguridad para él, sino para toda su comunidad. Esa inseguridad lo mató, no las fallas en su cuerpo de escoltas federales.
Por eso, la apresurada aclaración de la presidenta resulta fuera de lugar.
Este Día de Muertos en México se rompió el delgado hilo con que aún se sostenía la minada confianza ciudadana en su gobierno.
En Palacio parecen creer que la seguridad es cuestión de discurso, no de estrategia. Pero las balas no escuchan conferencias de prensa.






