
Hoy, la redacción, esa dama tan chula y tan esquiva, amaneció de luto.
Uno de sus grandes exponentes, Jesús Hernández, colgó la pluma.
Los días amanecen con fragancias diferentes. Hoy, amaneció oliendo a lirios y crisantemos, a cirios, a funeraria, al sonido de los trinos de pájaros armando su alboroto en el camposanto.
Son días tristes en los que la nostalgia, sin mediar palabra y sin compasión alguna, te cala todos los condenados los huesos.
Recuerdo con nitidez la integración de Chucho en aquella tribu no tan abundante que digamos.
Este texticulero formaba parte de los que no se tomaban tan en serio, que intercambiábamos sin pudor alguno la información que pepenábamos durante el día. Algunas veces como un reto para ver qué tal redactaban la misma información los demás colegas. Y también, porque no decirlo, para devolverle al tiempo alguna bofetada de las tantas que nos daba. Ganarle al padre Kronos generalmente fue un intento fallido -lo sigue siendo- en el que sin embargo, tercos, siempre persistimos.
Chucho llegó y nos enseñó que el periodismo era algo serio. Que había algo llamado nota exclusiva y que esa se cocinaba aparte. No se compartía porque de ella dependía que el periódico en que laboraba mantuviera cierta hegemonía sobre el resto de los medios informativos.
Chucho, era un profesional en todos los aspectos. Llegaba a los eventos con sus prudentes minutos de anticipación, realizaba sus entrevistas en solitario, cubría la ceremonia protocolaria y se enfilaba rumbo a su oficina.
Pocas, poquísimas veces logramos que torciera el rumbo.
A las tres de la tarde, parte de la tribu solía cargar pilas en una o dos cantinas en donde los encargados se alegraban al vernos y nos apapachaban con singular deleite.
Ilustres personajes como Raymundo González Ibarra, Santiago Ávila y José “Pimpo”Pereira eran miembros distinguidos de esa cofradía. Eran espectaculares las cátedras que nos impartían en dichos sitios.
Chucho, como se dice en el argot, estaba pegado en la chamba. La redacción, su íntima, le había leído la cartilla: “Quiero el tiempo completo contigo, no quiero compartirte con nadie”.
Y se entregó a ella sin remilgo alguno.
Hoy, en mis narices cruza el olor a lirios y crisantemos y por mi mente asoma aquella deslumbrante época en la que Chucho fue un protagonista indiscutible.
Buen viaje, querido maestro. Te extrañaremos, no lo dudes.






