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Y que se nos convierte en fifí el Andy

Ese Andy es todo un caso.

Siempre anda poniendo en entredicho la calidad moral del legado amliano.

Se empecina en convertir en cuento lo que ya casi era una leyenda.

Anda cambiando su progenitura por un suculento plato de lentejas.

El viejón, honor a quien honor merece, dominaba varias técnicas para embelezar a sus ovejas.

Era un hábil equilibrista que utilizaba una buena dosis de cinismo para salirle al paso a cualquier crítica por más letal que pareciera.

Y allí, de cara a la nación, en “Las Mañaneras”, se pitorreaba de cualquier tema por más delicado que este fuera. Metía la pata y al día siguiente la sacaba sin pudor alguno, con esa desfachatez que tanto le festejaban sus afines.

Andy, al parecer, no le heredó ninguna de sus “virtudes”.

Quedó claro con su muy comentado texto en el que “justificaba” sus vacaciones en el lejano oriente.

Caray, quedó patente que la gramática, la sintáxis y demás “chucherías” afines no es lo suyo. Si lo dice un esperpento como el tal senador Changoleón, es que algo hay de cierto.

Lo que sea de cada quien, el viejo sabía disimular. Siempre aparecía con unos zapatos tan desgastados y anticuados, que parecían haber sido adquiridos a precio de ganga en algún tianguis del barrio de Tepito. Y eso enamora. Ese detalle que puede parecer nimio, conquista corazones.

Andy, por el contrario, nada tacaño, no concurre a tianguis populares sino visita almacenes de lujo -de alto pedorraje dirían en el barrio- en donde no solo se entra a curiosear sino a gastar sus buenos pesos.

En fin, uno, jodido, de bajo pedorraje, de tianguis de la colonia Forjadores, a veces no alcanza a entender a este tipo de personas, pobres, a quienes el estrés -exceso de chamba, pues- los hace “sacrificarse” vacacionando en sitios exóticos en donde el billete es el que manda.

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