Alerta Roja
Javier Chávez Ataxca
Como capital del Caribe Mexicano, Chetumal se sigue desfondando y desde hace años es ampliamente superada por paraísos turísticos como Cancún y Playa del Carmen que avanzan a zancadas en el norte de Quintana Roo, mientras nuestra sureña tierra quesobolera va a paso de tortuga con tres patas.
Y ahora, para figurar en el radar del mercado turístico mundial, representantes del sector privado proponen colgarse del exitoso Bacalar para rebautizar al aeropuerto de nuestra capital simbólica con el nombre Chetumal-Bacalar, propuesta que divide posturas y que es preciso revisar con sentido práctico, haciendo a un lado el orgullo del pobretón que se niega a aceptar una despensa por el qué dirán.
Levantar a nuestra capital es tarea de todos, como en un equipo olímpico de remeros. Pero el sector privado es muy pasivo y dependiente por completo de los contratos de obra pública entregados por el gobierno en sus tres órdenes.
Para empeorar el daño, las licitaciones son plan con maña y se beneficia a empresas foráneas o locales consentidas, siempre con nexos gubernamentales o que son propiedad oculta de altos funcionarios. Y en todos los casos los pringa el “diezmo” aumentado por la inflación y a menudo entregado por adelantado, siempre en efectivo para “que no quede huella”, como canta Bronco.
Chetumal es una capital dependiente de las fuentes de empleo burocráticas y que se ha concentrado en el comercio con sus ramificaciones, como la hotelería. Pero su oferta cultural es motivo de vergüenza, al ser abandonada a su suerte por el Instituto de la Cultura y las Artes dirigido por la chetumaleña Lilian Villanueva Chan.
Y al chetumaleño entrado en años le duele mucho la condición de diligencieros y carga maletas de los retoños de aquella clase política que nos gobernó por décadas, porque su poder absoluto les permitió enviar alcaldes de Chetumal a Cancún, desde Palacio de Gobierno.
Es muy complicado que los políticos chetumaleños vuelvan a competir en grandes ligas porque se siguen desinflando, superados de calle por políticos de Cancún y Playa del Carmen que son como los conquistadores de Hernán Cortés –a caballo y con espadas y armadura– luchando contra aborígenes con honda y a pata pelona.