Alerta Roja
Javier Chávez Ataxca
Para la vida de un estado “50 años no es nada” – permítame el atrevimiento, Carlos Gardel– y son si acaso un verano vacacional para Quintana Roo, parido el ocho de octubre de 1974 y que comenzó a gatear con una salud envidiable y así disfrutó su juventud y fase temprana de la madurez, pero la acumulación de años en el descuido le ha pasado la factura porque ahora soporta tumores cancerígenos agresivos, con la violencia más demoníaca en primera línea.
La vida de miles ha sido arrebatada por criminales, muchos de ellos metidos en el tráfico de drogas que cubre a los once municipios. Mueren involucrados e inocentes en ejidos y zonas urbanas, pero otros son desaparecidos en racimo día con día sin que las Fiscalías estatal y federal tengan una aceptable capacidad de reacción.
Cuando éramos pocos habitantes los problemas de inseguridad y violencia eran ocasionales. Si acaso había un macheteado mortal en la zona cañera de la Ribera del Río Hondo, casi siempre con litros de licor barato en el buche y en domingo por la tarde.
Ahora los quintanarroenses nos hemos habituado al frecuente y nauseabundo olor a sangre derramada, con reportes casi inmediatos de asesinatos en Cancún, Playa del Carmen, Tulum, Bacalar y Chetumal (por la magia de las redes sociales), pero ningún municipio se salva porque todos cuentan sus muertitos, hasta el antes blindado Cozumel.
Quintana Roo fue posible por la llegada de hombres y mujeres de Líbano y otros países del otro lado del planeta; también lo fue por oleadas de mexicanos que aquí encontramos terreno ideal para enraizar con nuestras familias, pero entre los buenos llegaron los malvados y ahora por desgracia ya nacen aquí.
Cuando llegué a mediados de 1988 nuestro estado disfrutaba esa serenidad social envidiada por gran parte del país. Y como a muchos sureños me azotó el alma el asesinato de una niña chetumaleña cuyo cadáver fue abandonado en un lote baldío de la calle Heriberto Frías. La mató su joven tía Bertha para vengarse del padre de la pequeña, quizá en 1989 o 1990. La mujer fue capturada y permaneció varios años en el Cereso de nuestra capital.
Rescato de la memoria este escalofriante homicidio porque sin redes sociales todo Chetumal reaccionó como una gran familia unida, pero ahora en el conjunto somos insensibles, como si tuviésemos entumecida la mayor parte del cuerpo.
Miren: descuartizan a un hombre y nos escandalizamos ante la pantalla del celular; matan a una mujer y la indignación es también de corta duración, hasta que pasamos al meme o a una nota de famosos.
Cada familia llora a sus muertos y mantiene viva la llama por sus desaparecidos, pero están solos en su oscuridad porque el gobierno no está a su lado, pero tampoco nosotros.