Principales

El bastardo (I parte)

Diario de Campo 

Margarito Molina
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A principios de 1982, por decisión del Dr. Guillermo Bonfil, me distinguieron como uno de los dictaminadores de un concurso nacional sobre la mejor monografía acerca del maíz. Bonfil Batalla estaba preparando, con el apoyo del Mtro. Leonel Durán, una magna exposición sobre esa gramínea con la cual se inauguraría el Museo Nacional de Culturas Populares, allá en Coyoacán. A la postre, el antropólogo, autor de México Profundo, sería su primer director y la información de las monografías serviría para el guión de aquella muestra. 

Los documentos eran sorprendentes por los datos contenidos, por quienes los hacían y cómo estaban escritos. Hombres y mujeres de todas partes del país habían elaborado, mecanuscrita o manualmente, detalladas explicaciones de cómo el Zea Mays era la vida misma para ellos. Mixtecos, nahuas, zoques, mayas, téneks, huicholes…, campesinos mestizos de todas partes y hasta vendedores del mercado de La Merced del D.F., participaban con entusiasmo narrando cómo lo seleccionaban, lo sembraban, lo cosechaban, cómo elaboraban los diversos alimentos derivados del grano y explicaban las creencias y complicados rituales que permitían la comunicación con los dioses para que fuesen considerados y buenas cosechas hubiesen. Sobre esto último, años después, fui testigo del angustioso okot batam, ritual propiciatorio que los mayas del centro de Quintana Roo realizan, no importando las laceraciones en sus rodillas, para asegurar su apreciado ixim

Más allá de la enorme respuesta a la convocatoria, las monografías confirmaban que el mexicano tiene su cordón umbilical hecho de maíz. Ya lo decía Eduardo Galeano: “La gente, hecha de maíz, hace el maíz. La gente, creada de la carne y los colores del maíz, cava una cuna para el maíz y lo cubre de buena tierra y lo limpia de malas hierbas y lo riega y le habla palabras que lo quieren. Y cuando el maíz está crecido, la gente de maíz lo muele sobre la piedra y lo alza y lo aplaude y lo acuesta al amor del fuego y se lo come, para que en la gente de maíz siga el maíz caminando sin morir sobre la tierra”. 

Pero el maíz no siempre ha tenido una historia mítica, literaria o antropológica. También ha sido elemento estratégico en las políticas públicas y una mercancía más a partir de la apertura del Tratado de Libre Comercio.

Hace 35 años el gobierno mexicano hizo su más serio intento por garantizar la producción, distribución y consumo de alimentos a “la mayoría empobrecida” y, además, lograr la autosuficiencia y asegurar la soberanía nacional, así decían. El programa era paternalista y se llamó Sistema Alimentario Mexicano. Tenía como propósito revertir el déficit de producción de maíz y frijol y que el Estado rechazara el modelo de “libre comercio” basado en “ventajas comparativas”; seis años después, Miguel de la Madrid clausuró el programa.

En cuestión de diez años, el Estado dejó el papel de regular el aspecto alimentario. La Conasupo, la instancia gubernamental encargada de la regulación del mercado del maíz, fue perdiendo atribuciones a partir de la vigencia del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Para 1998, la paraestatal tenía solamente la facultad de comprar grano en caso de ser necesario; Ernesto Zedillo había dejado que las comercializadoras Maseca y Minsa se encargaran del mercado nacional; ellas son las que controlan los inventarios.

Hace poco menos de una década, durante el gobierno de Felipe Calderón, el principal derivado del maíz sufrió su primera crisis en su condición de mercancía: el precio de la tortilla se disparó. La decisión política fue frenar el precio del alimento y autorizar la importación de emergencia de toneladas de maíz. Hasta ese momento no había sido necesario un control de precios por parte del Estado. 

 El quid estaba en que los productores mexicanos no podían competir con el programa de estímulos y de subsidios que recibe la agroindustria norteamericana, además de que la producción por hectárea en Estados Unidos es 12 veces más que el promedio nacional. En concreto, se especuló con el grano para obligar a una importación del inventario norteamericano.

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