Desde los Once Pasos
Javier Chávez Ataxca
El poderoso huracán Gilberto castigó al norte de Quintana Roo en las primeras horas del 14 de septiembre de 1988, cuando el priista cozumeleño Miguel Borge Martín daba sus primeros pasos en la gubernatura. Meses antes anclé aquí procedente del sur de Veracruz, dato obligado para compartirles mi testimonio de los dominantes retrocesos sufridos por un estado que entonces estaba a salvo de los delincuentes mortíferos, con un PRI que como el imperio romano creyó que su dominio absoluto duraría milenios.
Era la agonía del mandato presidencial del priista Miguel de la Madrid Hurtado, quien heredó Los Pinos a Carlos Salinas de Gortari. Entonces Quintana Roo contaba con una clase política fogueada porque todos eran del PRI e iban escalando posiciones de poder para ocupar las siete presidencias municipales disponibles y las 11 diputaciones locales de mayoría, porque las cuatro plurinominales restantes eran repartidas entre la jodida oposición, con el PAN dando la batalla solitario.
En los años del Gilberto la gubernatura era compartida por priistas de Cozumel y Chetumal, previa decisión del Presidente de la República. Y cuando ocurría el “destape” todo mundo sabía que estaba ante el futuro gobernador, porque la silla suprema del Caribe era cosa de hombres.
Miguel Borge aumentó dos distritos locales en la siguiente Legislatura –de 1990 a 1993–, para llegar a 13 con cinco plurinominales, una más que la anterior. Entonces el norte era modesto participante que ya daba las primeras señales de su poderío que fue fulminando al sur y centro del estado por su acelerado y sostenido crecimiento poblacional provocado por las oleadas migratorias.
Los priistas capitalizaron su circunstancia para repartirse todas las posiciones, incluyendo senadurías y diputaciones federales. En esos años la delincuencia era primeriza y el área de seguridad pública era del montón, porque la Secretaría de Gobierno tenía el manejo de la política interna, no como ahora que está de adorno.
La deuda pública era prácticamente inexistente, tan lejos de la pesadilla que toreó el exgobernador Carlos Joaquín, primer mandatario no nacido en Quintana Roo que al ser maltratado por el gobernador cozumeleño Roberto Borge abandonó el PRI, para conquistar la silla en 2016, con los colores facilitados por PRD y PAN.
Al día siguiente del paso destructor del huracán Gilberto creímos que era el peor castigo que sufriría Cancún con su zona norte, pero los huracanes de dos patas fueron madurando para descuartizar los sueños juveniles de Quintana Roo a golpes de corrupción política y burocrática y por dejar crecer al crimen organizado y a los delincuentes comunes.
Hoy el matrimonio formado por Morena y Verde Ecologista son el PRI de aquellos años que lamenta su racha de desgracias, al borde de la extinción y tomado de la mano con panistas y perredistas porque no le queda de otra. Vaya ficción política.