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No porque hay lodo, hay que atascarse

Del dicho al hecho
Ernesto Neveu Reyes
Novedades Chetumal
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Al paso de los años, el guión ha sido tan repetitivo como predecible: un líder (o lideresa), por lo general surgido de la nada, apoyado por un pequeño grupo -previamente encandilado con la idea del poder- que suelta en pasillos, baños y áreas de uso común de la dependencia u organización que se trate, rumores sobre el interés de aquél por “servir a sus compañeros, por conquistar mejores condiciones laborales para todos”.

Una vez entronado, no habrá poder humano que le arrebate el cetro.

Lo que sigue, insisto, es tan predecible que ya no sorprende a nadie, aunque es esto lo que precisamente hoy me ocupa y que, en lo personal, me sigue asombrando por lo desfachatado que resulta, a mi juicio, y, estoy seguro, al de no pocos espectadores.

Ejemplo práctico y muy cercano en el tiempo, aunque en el contexto nacional, es el caso de Elba Esther Gordillo Morales, lideresa vitalicia del magisterio en el país, más que sonado, pero solo cuando finalmente fue encarcelada, acusada por la Procuraduría General de Justicia de malversación de fondos del sindicato.

Guardando las dimensiones, y ya en el terreno local, los nombres que más saltan al escenario son precisamente los vinculados con las organizaciones de mayor fortaleza gremial por su número de afiliados o su estrecha relación con el gobierno, como los son el Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación Sección 25; el Sindicato Único de Trabajadores del Gobierno del Estado, cuyo secretario general suele ser también líder de la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado y, como no citarlo, el Sindicato Único de Choferes de Automóviles de Alquiler.

Sobre los líderes del sindicato de mentores, los de ayer y los de hoy, es ya conocida su forma de vivir al amparo de la organización, con jugosas becas percibidas a través del Fondo de Aportaciones para la Educación Básica (FAEB) que les representa varias decenas de miles de pesos trimestralmente, bajo la figura de “comisionados” y sin haber pisado nunca un aula. A la fecha, personajes como Jorge Milián Narváez, Carlos García Gutiérrez, Florentino Balam Xiú, Alexander Zetina Aguiluz, Manuel Tzab Castro, Emilio Jiménez Ancona, todos exlíderes sindicales, además del propio Rafael González Sabido, actual secretario general, tienen ese beneficio, aun cuando ocuparon u ocupan cargos en el servicio público.

Del sindicato de taxistas de Chetumal recuerdo la tarde de un día entre semana, hace casi 14 años, en el local que antes usaban para reuniones y fiestas, que ahora es el estacionamiento VIP en la planta baja de la oficina que ocupa la secretaría general, donde, sentado a la mesa con reporteros, Rubén Pelayo Kúc afirmaba, cerveza en mano, “ahora sí, nos va a ir bien a todos”, una vez ungido líder.

Indudablemente que a él le fue más que bien. En las primeras semanas al frente del sindicato, sus falanges, muñecas y cuello se poblaron de oro, algo similar a lo que hizo Eliezer Argüelles Borges, su sucesor después de más de una década al frente de la organización, pasando por alto lo establecido en sus estatutos.

Y es por esto que dejé para el final lo que ahora sucede con Roberto Poot Vázquez, dirigente del Sindicato Único de Trabajadores del Gobierno del Estado y de la Federación de Sindicatos de Trabajadores al Servicio del Estado, personaje con el que traté un par de veces en eventos de burócratas y que, al igual que los tristemente célebres líderes gremiales en el país, ignoró lo que marcan los estatutos de la organización que encabeza, armó su asamblea y reasumió la dirigencia, caso similar al de Marleny Genoveva Martínez Cuéllar en el Tribunal Superior de Justicia del Estado.

¿De qué diablos sirven los estatutos y las reglas? ¿No hay autoridad que defienda tales preceptos por encima de la voracidad de estos caciques? Y la base trabajadora ¿no está cansada ya de aplaudir para, al final de cada periodo, condenarlos por transas?

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