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El taxi que fuimos

La frase más común ya no es “buenos días”, sino: “¿Para dónde va? ¡Para allá no voy!”.

David García
(Ya Es Noticia México)

Durante más de 15 años manejé un taxi en esta ciudad. No era solo un trabajo; era mi escuela, mi casa, mi trinchera. Ahí encontré una vocación, y una hermandad sobre ruedas. Formé parte del sistema de radio taxi, un modelo único en su tiempo. Entrar no era fácil. Había reglas claras: cabello corto, bien afeitado, sin gorras ni chanclas. Uniforme limpio, coche presentable y actitud profesional. No era obligación, era respeto por uno mismo y por el usuario.

Éramos ocho delegados encargados del orden. Más de 120 unidades recorríamos Chetumal conectadas día y noche por una frecuencia interna. Mi clave era 24-68. La base estaba en la vieja terminal de ADO, con su antena registrada ante la SCT, cuya anualidad pagábamos religiosamente. Ramón Reyes —“RR”— era la voz que imponía respeto con solo mencionarte. Eran otros tiempos.

El radio taxi era más que un sistema. Era una red de apoyo ciudadano. Cuando alguien decía “breiko, breiko”, todos estábamos atentos. Asaltos, emergencias, búsqueda de personas, autos robados… Llegábamos antes que la policía. Éramos una patrulla ciudadana cuando Chetumal dormía. ¡Qué historias! Algún día las contaré…

Pero el tiempo pasó. Y con él, el liderazgo se esfumó. El sistema se fragmentó. Las reglas se rompieron. El uniforme desapareció. Las sanciones se convirtieron en pagos por debajo de la mesa. Hoy, muchos choferes manejan sin preparación, sin compromiso y, lo más grave, sin respeto.

La educación vial quedó en el olvido. La atención al usuario también. La frase más común ya no es “buenos días”, sino: “¿Para dónde va? ¡Para allá no voy!”. Como si dar servicio fuera un favor, no una obligación.

Y aunque muchos señalan al sindicato, el problema es mucho más profundo. Es institucional. Hoy la responsabilidad recae en el Instituto de Movilidad del Estado, el IMOVEQROO, que ha sido omiso, complaciente y permisivo. La corrupción, los “moches”, los compadrazgos… sepultaron el orden y destruyeron el orgullo del gremio.

Los ciudadanos lo padecen. Y los buenos taxistas también, porque todos pagamos la misma mala fama. Aunque aún quedan colegas que dignifican el oficio, como: Ramiro Rangel, Abraham “Zorrito”, Javier “El Puma”, Diego Castro “El Tigre”, Francisco “El Chicles”, Calderas, El viejo Castro… y muchos más que sería imposible mencionar.

En este gremio encontré verdaderos amigos que aún conservo. También encontré mi vocación. Desde ahí confirmé que ser taxista no era solo llevar y traer gente, era también ser testigo, defensor y voz de la ciudad. Escuchaba a mis pasajeros quejarse del gobierno, del sistema. Al terminar el turno, ya de madrugada, encendía mi vieja computadora y escribía. Así nació el periodista. Así nació mi voz.

Estas líneas no son nostalgia. Son un llamado enérgico. Un grito que no debe ignorarse.

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