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Un parche a la buena de Dios

Hay “panes grandes” que piensan que con cambiar a un jefe de prensa solucionan su problema.

A veces, cuando el fango no llega hasta el cuello, es probable que funcione el enroque. Cuando es chirris la embarrada, puedes adquirir algún detergente de no tan alto precio y podrías blanquear en algo la mancha que amenaza con derrumbar los endebles tabiques que todavía te sostienen.

Sin embargo, cuando es todo lo contrario, cuando la ola de lodo te cayó completamente encima, ni Dios padre que baje de los cielos podrá restaurar tu imagen tan deteriorada.

Es muy complicado hacer circo, maroma y teatro cuando el trapecio ya no da para más y está a punto del colapso.

Cuando ya te acostumbraste a las cabriolas en las alturas, es terrorífico pensar que en cualquier momento, de estrella del espectáculo circense, de pronto puedas pasar a ser un don nadie, sentado en la última fila como un simple espectador al que ni para un churro o una bolsa de palomitas le alcanzan los centavos que trae en el bolsillo.

La solución no estriba en encontrar un potente detergente que le saque brillo de nuevo a la aureola, la túnica y las alas, el chiste consiste en renovarte por completo, y eso, ¡uf!, es endiabladamente complicado.

En fin. Cada quién con su embrollo. Nosotros nomás andamos de metiches.

Suerte para la nueva jefa de prensa, que ya debería estar en busca de un buen shampoo que le disimule las canas verdes que ya vienen en camino.

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