Notas

El ámbar, la academia y la agroecología

Visión Intercultural

Francisco J. Rosado May
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El ámbar es bastante conocido, especialmente para los que hemos tenido la oportunidad de viajar a San Cristóbal de las Casas. Usado desde el Neolítico, lo vemos en obras de arte y en joyas, para hombres y mujeres, y para crear historias de ciencia ficción.

¿Recuerdan aquella película que se basa en la creación de un parque temático con animales prehistóricos, a partir de genes contenidos en la sangre de un insecto que se conservó dentro de ámbar? El ámbar es una resina fosilizada, entre 30-90 millones de años.

En América proviene de algunas especies de pino, extintas en su mayoría, y de árboles de la familia Fabaceae (al que pertenece el frijol) como el guapinol, presente en Chiapas. El copal, usado en ceremonias espirituales, es prácticamente un estado previo a la formación de ámbar.

El ámbar de Chiapas tiene denominación de origen y se obtiene cada vez más con mucho y difícil trabajo en minas, especialmente en Simojovel, trabajado principalmente por indígenas Tzotzil, Tzeltal y Zoque. Sabemos que las plantas tienen savia, no es lo mismo que una resina.

Mientras que la savia conduce nutrientes, la resina es un compuesto secundario que sirve como defensa contra plagas y enfermedades en las plantas que la producen y se encuentra en hojas o tallos o raíces.

En el caso del ámbar, el grupo de químicos llamado terpenoides es uno de esos compuestos secundarios. Mucho del conocimiento antes descrito se debe a una persona que fue pionera en muchos sentidos. Terminó su doctorado en la Universidad de Minnesota en 1953.

En 1966 fue parte del personal académico que fundó el campus Santa Cruz de la Universidad de California, colaborando con el descubridor de las hormonas en las plantas, Dr. Kennteh Thimann, para crear en esa universidad un programa fuerte en Ciencia Vegetal en el Departamento de Biología.

Desde Harvard, en 1962, condujo los primeros trabajos que permitieron entender el origen biológico del ámbar, publicando sus resultados en la revista Science en 1969 y contribuyendo al entendimiento del papel ecológico de las resinas como mecanismos de defensa de las plantas. De esta forma contribuyó a la creación de la disciplina científica conocida como Ecología Química.

Ejerció la presidencia de la Asociación de Biología Tropical, de la Sociedad Internacional de Ecología Química, de la Sociedad de Ecología de América y de la Sociedad de Botánica Económica. Hizo extenso trabajo de campo en Latinoamérica, especialmente en Chiapas, colaborando con famosos ecólogos mexicanos como Arturo Gómez-Pompa, José Sarukhán Kermes, Ana Luisa Anaya Lang, entre otros. La agroecología aplica la ecología química en diferentes formas.

Una es mediante el manejo de la alelopatía para controlar las hierbas o para mediar las poblaciones de patógenos en el suelo que atacan los cultivos. Otra permite entender la presencia de hongos endofíticos, es decir que viven dentro de los tejidos de las plantas, especialmente las hojas o raíces (p.e. las micorrizas), ya que la presencia de estos organismos, pueden ser benéficos o dañinos, está mediado por las sustancias químicas que generan las plantas. Me refiero a la Dra. Jean Harmon Langenheim, profesora emérita de UCSC, quien falleció el pasado 28 de marzo en Santa Cruz, California, a la edad de 95 años.

La Dra. Langenheim inició su carrera a mediados de los años 1950 cuando en Estados Unidos era extremadamente difícil para una mujer ejercer la ciencia y ser profesora universitaria.

Sin embargo, superó todos los retos, se posicionó como un referente de altísimo nivel científico, inspiró y abrió camino para que muchas mujeres tengan un merecido espacio en las ciencias y apoyó a estudiantes de países latinoamericanos. La Dra. Langenheim fue parte de mis dos profesores tutores en UCSC durante mi doctorado (1985-1991). Tuve el honor de aprender muchísimo de ella al ser su asistente en cursos como “Relación Plantas-Humanos” Para poder destacar en el contexto antes descrito, Langenheim tenía que ser dura, pero con un gran corazón.

Durante mi primer trimestre, batallando con el inglés y adaptándome a la cultura y clima, recuerdo una de sus más importantes enseñanzas. Después de una primera evaluación de un curso, me llamó a su oficina para platicar del resultado; de una manera amable pero firme me dijo, palabras más o menos, “tengo esta conversación en muy pocas ocasiones, con muy pocos estudiantes. Me gustaría hacerte una propuesta, dime con toda libertad que opinas.

En la evaluación de los cursos que tomes conmigo no te voy a calificar con base en tu respuesta cumpliendo solamente lo que señale la pregunta, te voy a evaluar con base en tu potencial.

Es decir, solo si en tu respuesta encuentro una manifestación de tu potencial, lo que quiere decir ir más allá de la pregunta en sí misma, tendrás una buena evaluación”.

¿Como poder olvidar esta enseñanza y demostración de confianza? Éste es el tipo de enseñanzas que perduran de por vida y se expresan en la vida cotidiana del aprendiz. Descanse en paz, J.H. Langenheim. Su memoria perdurará.

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