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Nos quedaron a deber

Hace algunos días, un suceso conmovió a medio mundo en esta otrora ciudad tan tranquila, que antaño bostezaba todo el día.

Luego de siete días de extraviada, fue localizada en un manglar una niña abandonada por su padre.

Fue nota de primera plana en todos los medios de comunicación y las redes, por supuesto, ardieron a más no poder.

Los comentarios, faltaba más, fueron y vinieron como Pedro por su casa. Generalmente todos tenemos un “muy sesudo” comentario para este tipo de cuestiones.

Fue la comidilla del día durante una semana cuando menos.

Luego, enfriado el asunto, el tema desapareció por completo.

Lástima, ahí, bien desmenuzada la cuestión, había mucho que como sociedad podíamos asimilar para evitar la desintegración de la familia.

Y, ¿saben qué?, eso me hizo recordar a los legendarios reporteros de antaño, esos que husmeaban la noticia, esos que, cigarro en una mano y con el ron en la otra, iban más allá de la información oficial y que, sabiendo que la conquista del lector es el tesoro más preciado que un comunicador de lejos pudiera presumir, levantaban hasta las piedras para ver si quien quita y en una de esas debajo estaba oculto el meollo del asunto.

La crónica y el reportaje, eran las dos herramientas en que se basaban para ir como perros de presa en pos del hilo que los llevara a proporcionar la información que al lector dejara satisfecho, que al final de la lectura, de pilón, soltara un: ¡Ah, que chingoner…ía de trabajo!

Aquí, en la ciudad, conocí a uno que se llamaba Santiago Ávila Quiñones, que era un “tigre” para la información policiaca.

Como reportero experto en esos menesteres, tenía sus muy particulares métodos para conseguir esa información vedada para los menos duchos.

El chiste es que el “Chano” siempre se las ingeniaba para presentar un trabajo de calidad que dejara satisfecho al lector más exigente.

Se sabía todos los vericuetos del sistema policiaco y así como se llevaba de tú a tú con los jefes, también mantenía estrecha relación con los chalanes.

O sea, sus fuentes de información eran de primera mano.

Era muy bueno el tipo en lo que hacía.

Fueron buenos tiempos en los que enamorar al lector con un texto de primera línea era el meollo del asunto.

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