CAFÉ DE ALTURA
Javier Chávez Ataxca
En toda la república y sin que hagan diferencia los colores partidistas, no hay área de gobierno que haya decidido acabar con el diezmo, esa maña de exigir bajo el agua un porcentaje de los millones de una obra para adjudicarla con una varita mágica, manipulando con descaro una licitación.
Estos millones los entrega el constructor en efectivo y a menudo por adelantado (por adela), pero me aseguran que los de Morena piden hasta el 30 por ciento: en el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo, para estar en sintonía celestial.
Con tal de no quedar fuera de la jugada, el empresario tiene que entrarle a este arreglo corrupto. Pero los de la iniciativa privada no son doncellas a quienes el galán lleva al motel con engaños, sino tipos maleados que saben cómo se amarra el contrato con el Secretario de Obras Públicas o con el alto mando de la Comisión de Agua Potable y Alcantarillado.
Hay estados donde se ha perfeccionado el negocio, porque se crean empresas al vapor que subcontratan a quienes hacen el trabajo pesado y quirúrgico. El resultado es terrible, porque la obra aumenta muchísimo su valor y es de pésima calidad.
Lo que expongo no es novedad, pero tiro por viaje me llegan quejas por esta plaga imposible de erradicar porque somos mexicanos, independientemente de sus playeras del PRI, PAN, Movimiento Ciudadano, Verde Ecologista y Morena.
Eso sí: todos los involucrados en el cochupo callan y se santiguan, asegurando que la licitación es transparente y con nórdica honradez.