
¡Meserooo, una ronda más y te traes la cuenta, por hoy bajamos la cortina!…
Cuántas veces, estimado Mario, departimos sin pensar que en cualquier momento se apagaban nuestras luces. Muchas, incontables ocasiones.
Hoy, que partiste de este espacio terrenal, esas terapeúticas reuniones se me han asomado en el recuerdo.
Viniste a este mundo tocado por la diosa fortuna. Trajiste la consigna de alegrarle la vida a otros menos afortunados que van con la cabeza gacha, sin saber cómo hacerle para ya no andar tanto tiempo con el mal humor encaramado entre la espalda y la nuca.
Envidiaba tu alegría, Mario, tu cotorreo, la forma en que te divertías y nos contagiabas de cabo a rabo con esas ganas con la que lo hacías.
A mi, en lo particular, que voy un tanto amargado por esta vida, que me fue negado el privilegio de la sonrisa que alegre a quienes me rodean, me marcaste de por vida.
Muchas veces en un intento patético, quise imitarte. Nunca lo logré del todo pero al menos me convencí de que una sonrisa puede conquistar al mundo o hacerlo más amable cuando menos.
Esas máscaras de luchadores, esas cervezas, esa música contagiosa, esa falda hawaiana con que nos sorprendías en los juegos de fútbol, provocando que, literal, nos retorciéramos por tanta risa.
Caray, vamos a extrañar intensamente esos instantes en que iluminabas con tu jolgorio las reuniones, ya fueran deportivas o de plena pachanga. En ambas no tenías competencia.
Nunca en la vida solté más carcajadas que cuando festejaba tus mil ocurrencias. Tenías esa chispa que a la mayoría nos negó mamá natura.
No es nada fácil, no es cualquier baba de perico levantarle el ánimo a tanto compañero, este texticulero mismo, que llegábamos a veces solo porque sabíamos que ahí estarías y mandaríamos al carajo nuestro estrés, gracias a ti, que harías que nuestra tarde fuera muy amena.
Hoy, lamento no haber podido expresarte todo este mensaje cuando brindábamos muy quitados de la pena, sin imaginar que te adelantarías en el viaje al infinito.
Va postmortem (¡qué me queda!).
A partir de ahora, como un homenaje a tu memoria, seré menos amargado y estaré presto para expulsar del pecho a la menor provocación cualquier elogio si con eso hago feliz a cualquiera de mis semejantes, ya que la vida es corta y se nos puede ir en cualquier instante.
Vuela alto, camarada, como lo hacías aquí cuando te sentías a tus anchas. Elévate, reconfortado, sobre todo por las innumerables muestras de afecto que te está demostrando tanta gente que te quiere.
Va la del estribo, ingiero una más en tu memoria, Mario querido.
¡Venga!.