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Sepultando a la historia

Los olores -¡mmmh!- en las librerías y papelerías de antaño, enamoraban a cualquiera.

Antes de la llegada de las grandes plazas comerciales, la ciudad contaba con dos o tres lugares en donde entrabas y la combinación de aromas de lápices, gomas de borrar y libretas, eran una delicia para cualquier nariz que husmeara por el sitio.

La mejor de todas, hasta donde recuerdo, era EL EDUCADOR, propiedad de un personaje llamado Wilberth Dorantes.

Siempre me llamó la atención la pulcritud que lucía este caballero en su vestimenta.

A simple vista se notaba la seducción que sentía por los accesorios de oro.

Su esclava, la medalla que colgaba de su pecho y su reloj, brillaban a varios metros de distancia. Podía lucir sus joyas sin temor alguno, ya que le tocaron tiempos en los que la delincuencia aun estaba en pañales y lo peor que sucedía en Chetumal eran las desgreñadas que los maridos violentos le propinaban a sus “medias naranjas”.

Supe que era un apasionado del sóftbol al cual le dedicaba tiempo y dinero. Y cuenta la leyenda que hasta allí innovó positivamente en cuanto a su forma de conducta.

Lo recuerdo sentado delante de su caja registradora siempre repleta de billetes, que se abría y cerraba sin descanso alguno.

Era un comerciante exitoso y eso se notaba a leguas de distancia.

Sentí cierta pesadumbre  un día que fui al último local que tuvo y lo vi muy desolado, a diferencia de los años buenos, cuando estaba hasta el tope de tanta mercancía.

Desafortunadamente ya habían llegado los grandes “tiburones” empresariales que le dieron al traste a varios negocios casi artesanales y con muchos años de existencia.

Esta semana, don Wilberth pasó a mejor vida y con él se nos va muriendo parte de nuestra historia,  al que la modernidad va sepultando sin piedad alguna.

(Foto de Fabián G. Herrera Manzanilla)

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