Pena Capital
Javier Chávez Ataxca
Novedades Chetumal
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Mario Ernesto Villanueva Madrid ha sido uno de los políticos mexicanos más castigados en los últimos tiempos. Su proceso ha sido amañado, viciado de origen y motivado por una sed de venganza liberada por el presidente Ernesto Zedillo, quien activó el engranaje de una justicia que puede ser sanguinaria a más no poder, o complaciente si la orden va en sentido contrario.
La demolición de Mario Villanueva comenzó cuando se brincó las trancas para derrumbar la candidatura de su comadre Addy Joaquín Coldwell, favorita de Zedillo. La rebeldía del ex gobernador se manifestó en el proceso interno de selección de candidato a la gubernatura a mediados de septiembre de 1998, cuando hizo ganar a Joaquín Hendricks Díaz.
Evaluar el contexto político es un paso obligado para comprender el proceso enfrentado por el único ex gobernador quintanarroense perseguido por supuestos nexos con el narcotráfico, recurriendo a testigos protegidos al gusto del gobierno federal.
Mario Villanueva se la jugó con Luis Donaldo Colosio Murrieta, y le pegó en toda el alma el atentado de Lomas Taurinas, aquella inolvidable tarde del 23 de marzo de 1994. El ascenso de Zedillo Ponce de León como candidato presidencial emergente fue una pésima noticia para el gobernador chetumaleño con mayor arrastre popular, fogueado incluso en Cancún, cuya silla ocupó a fines de la década de los 80, antes de apoderarse de la candidatura al Senado, teniendo como compañero de escaño a Joaquín González Castro.
Villanueva no se tocó el corazón cuando tuvo que castigar a sus adversarios políticos, algunos de ellos priistas como él. Bastaba con una orden al Procurador de Justicia, Miguel Peyreffite Cupido –muerto en condiciones muy extrañas, en una vivienda de Cuautla, Morelos–, para que se pusiera en acción el potro de los tormentos.
El hombre que llevó a la práctica el adagio de “tranquilidad viene de tranca” se desalentó cuando Zedillo le vetó a sus tres cartas en orden de preferencias: Jorge Polanco Zapata, Joaquín González Castro y Héctor Esquiliano Solís. En el proceso interno participaron Addy Joaquín Coldwell, Sara Esther Muza Simón y Joaquín Hendricks Díaz.
Una filtración inquietante puso en guardia a Villanueva, quien había colocado a Jorge Polanco Zapata como coordinador de la campaña de Addy Joaquín. Pero la cozumeleña tenía su grupo selecto en el que no encajaba el favorito original de Villanueva.
Mario comprendió que la hermana de Pedro Joaquín Coldwell no cumpliría acuerdos e iría sobre él y su grupo, lo que explica la maniobra repentina de un gobernador que hizo un cambio de línea poco antes de iniciar el proceso interno, apadrinando la candidatura de Hendricks, a quien entregó muchos millones de pesos para su precampaña, obligando a su candidato a que estampara su firma para tenerlo muy comprometido.
El refinado arte del linchamiento
La travesura del gobernador irritó a Zedillo, quien dio la orden de darle un escarmiento ejemplar a uno de los miembros del Sindicato de Gobernadores. Y desde fines de 1998 comenzaron las filtraciones devastadoras, acusando a Villanueva de tener vínculos con narcotraficantes.
The New York Times comenzó el vals del cadalso, y de inmediato le hizo segunda El Universal. Lo demás fue efecto cascada, y el gobernador sintió lo tupido en el ocaso de su mandato, contando con elementos leales como Raúl Omar Santana Bastarrachea, quien entregó la estafeta a Hendricks como encarado del despacho, aquel cinco de abril de 1999 en el estadio de béisbol Nachan Ka’an.
Cuando se quiere linchar a alguien, el gobierno federal es endiabladamente efectivo. Y es muy fácil convencer a la opinión pública de que un político anda en muy malos pasos, incluso sin pruebas contundentes. Y desde entonces el gobierno desató esa campaña contra el gobernador, quien fue obligado a dejar el poder nueve días antes de concluir su mandato, ya que soportaba un marcaje personal de los efectivos de la Procuraduría General de la República (PGR).
Los actos de corrupción del ex gobernador han sido oro molido para un gobierno que solapa en sus aliados peores excesos. Y Mario Villanueva era muy vulnerable por los rastros que fue dejando, y que fueron olfateados por los sabuesos que recolectaron sus pecados capitales.
Villanueva quiere ser trasladado a su país, aunque sabe que en México la pesadilla es inagotable. Pero por razones humanitarias su caso debe ser evaluado sin prejuicios, porque el hombre está destruido físicamente, aunque su fortaleza espiritual sigue intacta.
“La cárcel ha cobrado una factura muy pesada, las enfermedades iniciaron en la prisión de máxima seguridad de Almoloya, y a la fecha padezco de Enfermedad Pulmonar Obstructiva Crónica, conocida como EPOC y asma severa, calificadas ambas como graves, hipertensión arterial, insuficiencia de la glándula tiroides, artritis con principios de gota, prostatitis, y problemas de la vista (cataratas de nuevo), del sistema nervioso y de los huesos, en la región lumbar de la espina dorsal y las rodillas, gran parte de ellos derivados de los medicamentos que debo tomar diariamente, en especial los de las enfermedades respiratorias, cuyos efectos colaterales son nocivos, como el caso de los esteroides (cortisona), entre otros”, escribió el ex gobernador desde su encierro en Estados Unidos.
El arresto domiciliario sería una opción ideal para un hombre castigado en exceso por el sistema que desafió con vocación de suicida. Porque quizá Zedillo ya lo haya perdonado, pero su venganza ha sido de largo aliento.
Conviene que cierren filas a su favor todos los políticos que benefició en su mandato, y que han guardado silencio desde hace años. Inaceptable esa postura tan mezquina, nada sorpresiva en nuestra clase política que derrocha halagos y derrama incienso cuando el político está en la cúspide.
En cambio, hay hombres y mujeres que apoyan de todo corazón al ingeniero Villanueva, quien lucha con determinación para mantenerse a flote en medio de esta tormenta de pesadilla que ha pegado frontalmente en él y sus seres tan queridos.
Un abrazo para Mario Villanueva, cuyo martirio debe ser interrumpido por causas humanitarias.