
Alguna vez el béisbol fue el pasatiempo favorito de los chetumaleños.
Fueron buenos tiempos. Uno podía ir al estadio Nachan Ka’an con su familia sin tanto riesgo, con la única excepción de que algún batazo de “faul” descalabrara a un cristiano sentado en las primeras filas.
Allí, en la primera línea de asientos, comentando las incidencias del juego, uno podía ver a los honorables veteranos de la vida, a los personajes que de una u otra forma impulsaron el progreso de la ciudad en que vivimos.
Comerciantes, políticos y ciudadanos de a pie -los que no salen constantemente en las noticias-, pasaron mañanas, tardes y noches incomparables viendo joyas de pitcheo, lluvia de hits y jonrones descomunales que sacaban de la modorra a los cocodrilos del Parque Ecológico contiguo.
Peloteros emblemáticos de la liga mexicana pisaron ese pasto. Los Leones de Yucatán solían venir en sus juegos de pretemporada.
Los domingos, el estadio Nachan Ka’an era una fiesta.
Por alguna extraña razón lo abandonaron a su suerte. No atendieron con tino su enfermedad y dejaron que entrara en agonía.
No ha colapsado por fortuna, pero un tal Amir Padilla Espadas, líder de la CANACO, propone aplicarle cristiana sepultura, aún cuando el aparente difunto todavía patalea.
La audaz propuesta es un batazo en plena nuca para los amantes del rey de los deportes.
Tan faltos que estamos de instalaciones deportivas y el personaje en mención sugiere hacerlo polvo para construir algo más redituable, según su no tan cuerdo juicio.
¡Uf, que audacia! A leguas se nota que Don Amir no ha jugado ni a las canicas. No sabe que hay sitios cuyo historial les garantiza la existencia. No estaría de más que alguien se acerque y se lo diga.
Si los habituales asistentes de aquellos tiempos, entre ellos don Antonio Handall y compañía vivieran, ¡uf!, ya me imagino los sonoros epítetos que dirigirían al osado presidente actual de los comerciantes chetumaleños.