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Derechohabiente del ISSSTE Chetumal denuncia el terrible estado de la clínica

Chetumal, 9 de junio
Javier Chávez Ataxca

Con 72 años cumplidos, el chetumaleño Lázaro Márquez Santos es un derechohabiente del ISSSTE y por salud pública nos comparte su mala experiencia en la clínica ubicada frente a la Plaza de las Américas –en la avenida de los Insurgentes– y lo dice así: “es necesario que Derechos Humanos acuda para ver el trato que recibimos los pacientes en ese infierno, porque no cuentan con especialistas ni medicamentos”.

Don Lázaro fue eficaz empleado de la Dirección de Comunicación Social del Gobierno del Estado y permaneció siete días hospitalizado en la clínica de nuestra capital, estancia que alimentó su testimonio que reprueba al ISSSTE en todas las áreas.

Aquí sobresale la negligente atención médica en cada eslabón, con una desconexión del personal con el paciente, invariable burocracia para surtir la receta y la excesiva dependencia de Mérida para medicamentos y especialistas, a lo que suma la falta de equipo especializado.

Aquí hay una responsabilidad ineludible de los mandos directos del ISSSTE en nuestra capital a partir de quien tiene las funciones de delegado con otro nombre, porque el encargado está desvinculado de la sociedad y no evalúa el estado de la clínica para iniciar su recuperación, por el bien de miles de burócratas con sus familias en nuestra capital.

Esto dice Don Lázaro:

“Le pregunté a un enfermero cómo debía tomar un laxante que compró uno de mis hijos y que debía tomar antes de un estudio. Me dijo una hora, después otra y no le atinaba, No me mostraron una relación de horario de medicamentos. El relevo de guardia por fin me instruyó cómo tomar el laxante”.

“El 50 por ciento de los enfermeros no atiende a los pacientes y caciquean a los estudiantes del Conalep y no les explican ni acompañan, pero si hay alguna falla llegan a gritarles delante del paciente. Lo menciono porque pasó en mi propia cara”.

Comprobó en carne propia que el personal relaja la disciplina tiro por viaje y entre risas obstruye el paso de los pacientes que van al baño con su suero, a paso de tortuga herida.

“Una enfermera tiró el suero junto a la cama y al levantarme en la madrugada mero y me caigo. Al otro día ella llegó con una jeringa y medicamento para canalizarme. Con desconfianza me senté en la orilla de la cama y ella exprimió la jeringa, pero una parte del líquido me cayó en la cara y ojos, pero no se disculpó y se fue”.

“Un médico internista me dijo que debía acudir a Mérida con el infectólogo”.

Don Lázaro se levantó al séptimo día y retornó con su familia.

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