Pena Capital
Javier Chávez
Novedades Chetumal
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Sabrás que la noche del 13 de julio de 2012 estuve a punto de morir, al destrozar mi camioneta contra un tráiler a unas cuadras de la casa donde mi hijo de nueve años me aguardaba con impaciencia.
Aquel viernes 13 pude ser el verdugo de mi existencia, pero Dios lo evitó y posibilitó mi segundo nacimiento, porque la sensación es similar cuando te extraen de una lata comprimida, ya que contra toda lógica no eres cadáver.
El pasado 17 de julio cumplí 50 años, y este acontecimiento personal tiene sabor a proeza y milagro, al permitirme una segunda oportunidad con todos los seres que tanto amo y que llevo en el corazón.
¿Cómo perderme la graduación de mi amado Javier Elías, cuyo desarrollo me cubre de satisfacciones y es torrente de orgullo que fluye por mis venas? Y cuando jugamos fútbol por las tardes, vaya que desespera la lentitud de mis piernas y el stop de los pulmones, pero queda el consuelo de qué lo que me va faltando de vitalidad lo asimila ese adolecente tan sensible e inquieto, todo bondad.
Amo y admiro con sed del desierto la fortaleza a toda prueba de mi mujer Elvira y de nuestro hijo mayor César Alejandro, cuyos valores Morales –así, con mayúscula– son tan extraños en estos tiempos de deshumanización.
Me inunda la pasión del periodismo, y disfruto mucho este oficio desde que me llamó a sus dominios en septiembre de 1988, cuando coincidí con dos amigos: mi maestro Eugenio Morelos Valdovinos y Sergio Caballero Alonzo, el periodista más íntegro de Quintana Roo.
A ti que recorres estas líneas emocionales, gracias por ser mi amigo y ocasional lector. A todos los que tuvieron el detalle de felicitarme en Facebook o por mensaje, va un cálido abrazo con mi alma repleta de gratitud.
Yo seguiré disfrutando con frenesí las travesuras y ánimo jovial de nuestro Coby Pug, las lecturas que se me van acumulando por limitantes de visión, la pétrea amistad de las tortugas jardineras, las tremendas conversaciones con mi amigo Carlos Aguilar Lizama, los platillos futboleros que a veces indigestan por irle al América, el amor de mis padres que me blinda a cada paso, los besos subidos de tono del vino tinto y los amaneceres sorpresivos que brotan como aves en la ventana. Porque es tan lindo estar vivo.