Con la prueba de ensayo y error basada en corazonadas y escarmientos, el capitalino sigue aguardando con la reata al cuello al salvador que logre rescatar a esta parcela sureña en decadencia económica y ya sin el timón de la política, atrapada por los norteños desde el período del priista cozumeleño Félix González Canto.
Con su clase política priista al frente, el chetumaleño no valoró las oportunidades que le llovieron a partir del gobierno inaugural de Don Jesús Martínez Ross, cuando el comercio de importación derramaba ríos de ganancias en la avenida de los Héroes. Años antes se dieron el insensato lujo de despreciar al Cancún recién parido por estar inundado de mosquitos selváticos, además de faltarle buenos caminos y electricidad.
Por ello la vocación del capitalino es la de persistente mercader que vende sus productos al curioso caminante y a los tres órdenes de gobierno sin exponer sus ganancias, a diferencia de Yucatán y Monterrey donde sí hay una iniciativa privada que arriesga sus capitales y condiciona a sus gobernantes con temibles golpes de autoridad.
El resultado nuestro: una economía cuya marcha depende de la voluntad y caprichos de los gobernantes, quienes si deciden cerrar la llave doblegan de sed a cientos de comerciantes y empresarios, obligados a aceptar las reglas amañadas para la asignación de contratos con el riguroso diezmo en efectivo y por adelantado.
Oxxos, farmacias como la debutante Guadalajara y tiendas departamentales y de autoservicio se están llevando casi todo el dinero que fluye de la burocracia y los cañeros, dejando a un Chetumal en espera de la quincena o de contratos para irla pasando en la tormenta, mientras aguardan cielos despejados y la milagrosa recuperación de sus vergeles marchitos.
Domina en muchos el desencanto por los frutos del sexenio de Carlos Joaquín González, a quien endiosaron porque el gobernador priista Roberto Borge Angulo lo había atacado inmisericorde, aprovechando las armas de destrucción masiva que todo mandatario tiene al alcance. Al ser victimizado, Carlos Joaquín fue convertido por el chetumaleño en el hombre elegido, beneficiado por este proverbio árabe: “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”.
La expectativa la alimentó el chetumaleño en mente y corazón y Carlos Joaquín aprovechó esa devoción para convertirse en el candidato de la capital que hizo su parte descargando toneladas de votos para depositarlo en Palacio, inaugurando así el primer gobierno de la alternancia.
Los primeros despidos fueron una señal de alerta para el chetumaleño que aguardaba apapachos en la nómina, reciente el maltrato que les dio Roberto Borge con la odiada reingeniería que merecidamente expulsó a su partido del paraíso por vez primera en la historia.
Pero Carlos Joaquín no fue ingrato con la capital que le dio el triunfo, porque incorporó a su gobierno a chetumaleños como Manuel Alamilla Ceballos, quien como Oficial Mayor no estuvo a la altura y dio la espalda a los capitalinos al beneficiar a la fantasmal empresa poblana Adycon con el multimillonario negocio de los uniformes escolares.
Carlos Joaquín entregó la Secretaría de Desarrollo Económico a la chetumaleña Rosa Elena Lozano Vázquez, quien fracasó con su Recinto Fiscalizado Estratégico de utilería que sigue los pasos del Parque Industrial de Chetumal convertido en cementerio visible a orilla de la carretera si vas o vienes de Bacalar.
En su exitosa campaña presidencial, Andrés Manuel López Obrador conquistó al chetumaleño con la promesa de reverdecer la zona libre con sus beneficios e instalar la Secretaría de Turismo. Pero el chetumaleño soñó con una vuelta a los tiempos finales del Territorio e iniciales del estado, creyendo que la fayuca volvería a inundar calles y avenidas para atraer de nuevo a un enjambre de clientes a bordo de autobuses. Eso era imposible.
Lo que sí era posible: la instalación de la Sectur en Chetumal, al ser promesa de López Obrador como candidato y presidente, pero su titular Miguel Torruco Marqués siempre encontró la excusa oportuna para incumplir la promesa de su jefe, quien ya dejó el asunto por la paz al ser arrastrado por el torbellino de otras exigencias más graves que tampoco resuelve, dicho sea de paso.
Pero ahí viene el Tren Maya hacia el sur.