A TIRO DE PIEDRA
Julián Santiesteban
Magdalena inició sus estudios de enfermera en Chihuahua, y por esas jugadas de la vida los fue a terminar, casi cuarenta años después, en Quintana Roo; en el otro extremo de México, del norte al sureste, en la entidad en la que logró, por fin, tener un hogar. Paradójicamente, después de tanta lucha personal y con sus mermadas fuerzas, lo que menos tendrá en sus años viejos será tranquilidad y reconocimiento a su esfuerzo.
Este 6 de enero, lejos de partir rosca con sus familias, miles de enfermeras del país marcharán para exigir lo mínimo que debiera otorgárseles: respeto y reconocimiento a su labor; pues la administración federal ha presentado una iniciativa de ley que pretende suprimir la licenciatura en enfermería para convertirla en carrera técnica, comparándola a un oficio artesano; lo cual no sólo ha indignado por la falta de reconocimiento a su esfuerzo y formación, sino porque también limitará la reclasificación laboral y con ello una merma a sus percepciones presentes y futuras.
Magdalena trabajó como auxiliar de enfermería, se graduó como enfermera veinte años después, con su reducido salario dio crianza y educación a dos hijos, quienes ya adultos recuerdan con impotencia, a pesar de los años transcurridos, lo poco para lo que alcanzaba el sueldo. El menor de sus hijos tuvo que aprender a cocinar y atenderse desde los ocho años, trabajo desde los diez y aun así poco era lo que se lograba tener, pero salieron adelante.
Hace doce años, Magdalena logró obtener un trabajo en una comunidad quintanarroense, lo que le garantizó mejores ingresos, aunque ello implique que diariamente maneje setenta kilómetros en su viejo vehículo para atender a una comunidad agradecida, que padece, junto con su enfermera, los vaivenes de una burocracia que privilegia las “estadísticas” al bienestar general.
A pesar de todo lo anterior, contando con 55 años a cuestas y la misma responsabilidad laboral, decidió estudiar la licenciatura en enfermería, con la esperanza de lograr la reclasificación laboral que le permitiera retirarse con una pensión menos insuficiente e insultante que la que actualmente se otorga a decenas de miles de enfermeras en todo el país. Y todo iba bien, sin pedirle nada a nadie…hasta la ocurrencia de la actual administración federal.
Magdalena rechaza la dinámica política nacional, pues diariamente escucha sobre los que mucho tienen sin hacer nada, y los que nada tienen haciendo mucho. Los corajes matutinos escuchando las noticias locales son comunes, pero nada de ello evita el viaje a la comunidad para cumplir con su responsabilidad, pues como enseñó a sus hijos: nada hay que respalde mejor a un hombre que su trabajo, pues a pesar de que nadie lo reconozca, la huella queda ahí. Y vaya que ha dejado huella.
Tal vez para entender el esfuerzo de las enfermeras se requiera tener una madre con esa formación, tal vez para poder tomar las decisiones acertadas y cumplir los compromisos asumidos para beneficio de los habitantes de este país sólo se requiera tener madre, independientemente de su formación.
Este martes 6 de enero marcharán las enfermeras, pero con ellas irá el espíritu agraviado de quien camina esperando reconocimiento al esfuerzo, de quien espera correspondencia por desempeñar una de las tareas más nobles, que es cuidar del prójimo; las calles de México abrazarán entonces a quienes han atendido en las desvencijadas camas de hospital, a quienes han llegado necesitados de salud, y muchos más las acompañarán, esperando que a políticos y administradores se les abra mucho más que los oídos.
Magdalena asegura que si en Quintana Roo marchan las enfermeras ella lo hará, requerirá ayuda para caminar el largo trecho, pues las rodillas ya poco responden, porque el cuerpo de 57 años traiciona al espíritu combativo de la adolescente que hace ya varias décadas decidió dedicarse al prójimo; y porque, recalca, no espera dádivas, únicamente el reconocimiento al esfuerzo ya realizado.
Soy Julián, el hijo menor de Magdalena, y si ella marcha, caminaré a su lado…
Feliz año nuevo.